Una triste realidad de nuestro país es que queremos cambiar
pero no aceptamos el cambio. Quizá algún día no muy lejano podamos realmente
hacerlo como pueblo y crear un gran país ordenado y prospero.
Dios llamó a su hijo, Jesús, y le dijó:
–Ya no aguanto más tantas oraciones que recibo de los
mexicanos para acabar con la delincuencia, la injusticia y la impunidad en ese
país. Así que te vas inmediatamente para allá, llévate un buen grupo de ángeles
de tu confianza y pon en orden todo ese territorio.
Jesús obedeció. Tiempo después (aunque en el cielo no hay
tiempo) el hijo único del Señor regresó.
–¿Qué pasó hijo? ¿Cómo te fue? ¿Se arregló todo en México?
–preguntó Dios, aunque se supone que Él todo lo sabe.
–¡Ay! Padre, –contestó Jesús con cierto aire lastimero–. Si
yo te contara. Y Jesús narró lo que sucedió:
–Formé un grupo especial de ángeles de mi confianza tal y
como lo pediste, y aprovechando el año electorero logré ganar la Presidencia de
México. La inmensa mayoría voto por mí,
por ser tu hijo.
Miró fijamente a Dios y continuó:
–De acuerdo a la proyección de las metas, lo primero que
hicimos fue construir penitenciarías grandes en cada uno de los municipios del
país, sabíamos que las ibamos a necesitar. Atrapamos a todos los narcotraficantes
y secuestradores junto con sus colaboradores, desde ahí empezó el problema.
Cayeron gobernadores, presidentes municipales, jueces, jefes de policía,
militares, banqueros, agentes de aduanas, transportistas, televisos, artistas y
hasta gente del clero.
Jesús hizo una breve pausa y prosiguió:
Ni modo, todos a la cárcel. Se desestabilizó el sistema por
la ausencia de esas gentes en sus puestos. Decidido continué mi misión y pensé
que para mejorar la seguridad en la vía pública deberíamos detener a todos
quienes infraccionaran la ley. Otro problema, confiscamos vehículos de los
malos conductores, de los que no traen placas, licencia o tarjeta de
circulación, de los que traen vidrios polarizados, conducen con alcohol en
sangre, en sentido contrario o con exceso de velocidad, de los que se
estacionan en lugares prohibidos, que traen gente en las góndolas de las
camionetas o camiones, los que violan leyes ambientales o que llevan a niños
sentados en las piernas del conductor, incluso en el sillón del copiloto.
Desde ese día desaparecieron el 80% de las motocicletas, el
50% de los taxis, el 95% de las “combis” y autobuses urbanos (incluido el
Conejobus), el 20% de los vehículos de uso particular y el 95% de los vehículos
de PEMEX y CFE. Con estolas calles
empezaron a estar desiertas de vehículos pero llenas de gente sin poder
trasladarse.
Envié a los ángeles a detener o multar a los ciudadanos que
evadian impuestos, que robaban la energía eléctrica, tenían doble acta de
nacimiento de sus hijos, recibian ayuda del gobierno sin tener derecho, que
tenían trabajos fantasmas (aviadores), que se robaban cosas del centro de
trabajo, que simulaban enfermedad o lesiones para cobrar ayudas, que vendían o
compraban calificaciones en las escuelas, a los que vendían o compraron títulos
universitarios, a los que tiraban basura en áreas verdes, a los que queman, a
los que contaminan el aire, los ríos, lagunas y mares; también a los que
pagaron mordida por trámites y a los que los recibieron, a las concubinas que
se dieron de alta como madre soltera para recibir dinero, a los que compran
cosas robadas como gasolina, llantas, radios, refacciones de auto y ropa;
además detuvimos a los policías con antecedentes penales o positivos al dopaje;
a los periodistas y dueños de periódicos que sobornan o extorsionan a los
funcioanrios y ciudadanos.
Jesús hizo una pausa y movió la cabeza en negación:
–Ya teníamos los planes para meternos a los sindicatos y
escuelas para investigar a esa gente y castigar a los delincuentes. ¡Estaba
decidio a acabar con la impunidad, tal como lo piden los mexicanos!
–¿Y luego? ¿Qué pasó? –preguntó de nuevo Dios.
–Pues que se nos llenaron las cárceles, y aunado a la
agilidad del sistema juridico mexicano necesitabamos tener encerrados y
alimentar a varios millones de mexicanos. Dejaron de funcionar la mayoría de
las empresas e instituciones importantes, en una palabra se paralizó
México. Las calles quedaron desiertas.
Me dí cuenta, por más increíble que parezca, padre, México funciona gracias al
sistema del que sus ciudadanos tanto se quejan.
–Bueno, –intervino Dios–, para eso te mande, para arreglar
las cosas. ¡Debiste quedarte a componer todo!
Jesús sonrió y le contestó al Señor:
–Padre, tengo orden de arresto por fraude electoral,
enriquecimiento inexplicable, abuso de poder, falta de acta de nacimiento,
acusado de llegar a presidente aún siendo soltero, fuera de la edad requerida y
por si fuera poco soy extranjero. Me agregaron práctica ilegal de la medicina
documentada en la biblia, y el clero me inició juicio por prácticar la magia,
también documentada en la biblia. Las marchas y plantones pidieron mi
destitución, acabaron por desquiciar el país y mejor salí huyendo hacia acá.
Hizo una pausa para suspirar y dijo:
–Por eso, Padre, mejor dejálos como están, que se acaben
solos entre ellos y después hacemos otro país con gente que sepa apreciar lo
que les diste de recursos naturales, ubicacion geográfica, clima, agua en
abundancia y tierra fertil. Pero te suplico, no me mandes otra vez. ¡Con una
crucifixión es suficiente!
Los mexicanos quieren acabar con la impunidad, pero no de la
propia. ¡Que reviva Mexico!
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